DOMINGO XVIII -A – 2/8/2020

PRIMERA LECTURA

Venid y comed

Lectura del libro de Isaías 55, 1-3

Así dice el Señor:
Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde.
Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

Palabra de Dios.
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Salmo responsorial
Sal 144, 8-9. 15-16. 17-18 (R.: cf. 16)
R. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R.
Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. R.
El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente. R.
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SEGUNDA LECTURA

Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 35. 37-39

Hermanos:

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Palabra de Dios.
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Aleluya Mt 4, 4b
No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

EVANGELIO

Comieron todos hasta quedar satisfechosç

Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó:
No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra de Dios.

 

Decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario A

CEC 2828-2837: “danos hoy nuestro pan de cada día”

2828 “Danos”: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes “a su tiempo su alimento” (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.

2829 Además, “danos” es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este “nosotros” lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.

2830 “Nuestro pan”. El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (Cf. Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (Cf. 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios: A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana.
Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (Cf. Lc 16, 19-31) y del juicio final (Cf. Mt 25, 31-46).

2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (Cf. AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.

2833 Se trata de “nuestro” pan, “uno” para “muchos”: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (Cf. 2 Co 8, 1-15).

2834 “Ora et labora” (Cf. San Benito, reg. 20; 48). “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”. Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.

2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para “anunciar el Evangelio a los pobres”. Hay hambre sobre la tierra, “mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (Cf. Jn 6, 26-58).

2836 “Hoy” es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (Cf. Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este “hoy” no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26).

2837 “De cada día”. La palabra griega, “epiousios”, no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de “hoy” (Cf. Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza “sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (Cf. 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: “lo más esencial”], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, “remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (Cf. Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este “día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre “cada día”.
La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos… Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (Cf. Jn 6, 51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial” (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

CEC 1335: el milagro de la multiplicación de los panes prefigura la Eucaristía

1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (Cf. Mt 14,13-21; 15, 32- 29). El signo del agua convertida en vino en Caná (Cf. Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.

CEC 1391-1401: los frutos de la comunión

1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala: “¡Cristo ha resucitado!” He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).

1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros”, y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”. Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados: “Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor” (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).

1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (Cf. Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él: Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo… y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).

1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (Cf. 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: “El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10,16- 17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis “Amén” (es decir, “sí”, “es verdad”) a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir “el Cuerpo de Cristo”, y respondes “amén”. Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu “amén” sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272).

1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (Cf. Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).

1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de este misterio, S. Agustín exclama: “O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!” (“¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!”, Ev. Jo. 26,13; Cf. SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.

1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. “Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo” (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, “no solamente es posible, sino que se aconseja… en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica” (UR 15, Cf. ? CIC can. 844,3).

1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, “sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico” (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales “al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa” (UR 22).

1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (Cf. ? CIC, can. 844,4).

Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Congregación para el Clero

Homilía
La multiplicación de los panes y de los peces y la multitud saciada es un milagro que narran los cuatro Evangelios; cada Evangelista se centra en un aspecto diferente, a pesar de ser contextos más o menos similares, pero cada narración concluye con la misma certeza: es Cristo que sacia el hambre del corazón del hombre.
La liturgia de este domingo esta envuelta por el concepto de la saciedad, que colma el corazón del hombre y viene de Dios: «Abre tu mano Señor y sacia a cada viviente».
No es el hambre o la sed, lo que separa de la fascinación de Cristo, si no la solicitud del hombre de bastarse a sí mismo, de calmarse el hambre por sí solo: «¿por qué gastar el dinero en lo que no es pan, y las ganancias en lo que no sacia?».
San Mateo narra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en tres escenas relacionadas entre sí: la compasión de Jesús por la multitud y la sanación de los enfermos; el hambre del pueblo al atardecer y el milagro de la multiplicación de los panes y los peces; con la consecuente saciedad de la multitud.
El tríptico se abre con la observación de Jesús (la compasión) y se cierra con la experiencia del hambre saciada. En medio está la participación de los discípulos, que en su pequeñez se convierten en signo concreto de la acción omnipotente del Señor.
Como fondo de la narración de este milagro está la llamada al misterio de la Eucaristía. Y es precisamente en la Eucaristía, don de la compasión divina para nuestro destino, que el hombre es saciado del deseo de eternidad, de la verdad y de la libertad, en el encuentro con el Señor que es el Enmanuel, Dios con nosotros y se ofrece por nosotros.
«En el Sacramento del altar, el Señor viene al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), acompañándole en su camino. En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad.» (BENEDICTO XVI Exhort. Apost. Sacramentum Caritatis, n.2).
Así como en esta página del Evangelio es Cristo el protagonista y la respuesta al drama de la humanidad, así en la Eucaristía es Él el protagonista y la respuesta a todos los deseos del hombre. «En el sacramento de la Eucaristía Jesús nos muestra en particular la verdad del amor, que es la misma esencia de Dios. Es esta verdad Evangélica lo que interesa a cada hombre y a todo su ser. Por este motivo la Iglesia, que encuentra en la Eucaristía el centro vital, se empeña constantemente en anunciar a todos, a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tim 4,2) que Dios es amor» (Ibidem).
¿Con qué estupor, nos acercamos al Sacramento de la Eucaristía?. Si no hay estupor es porque nuestro cuestionamiento existencial se ha opacado; no somos saciados porque no somos capaces de formularnos un cuestionamiento auténtico; nos convertimos progresivamente en extraños frente a la fuente de vida eterna.
Por intercesión de Aquella que como mujer Eucarística en Belen, casa del pan, nos donó el Salvador, el Espíritu Santo nos conceda un corazón que cada vez tenga más hambre de Dios, y sea deseoso del encuentro con el Señor que viene a «saciarnos» de Él.

Julio Alonso Ampuero
Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico: Dadles vosotros de comer
Fundación Gratis Date, Pamplona, 2004
Creer en el Amor
Rom 8,35.37-39

«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?». San Pablo lanza este grito desafiante desde la atalaya de quien se sabe amado incondicionalmente por Cristo. Nuestra fe es un confianza total y absoluta en el amor de Dios. «Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4,16). San Pablo habla por experiencia. Sabe que este amor nunca falla, nunca defrauda. El amor de Cristo es la única seguridad estable y definitiva aunque todo se hunda. Al que ha construido su vida sobre la roca del amor de Cristo ninguna tempestad puede tambalearle (Cfr. Mt 7,25).

«En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado». A veces quisiéramos que el Señor eliminase las dificultades. Sin embargo, no suele actuar así. Más bien nos da la fuerza para vencerlas y superarlas apoyados en su amor. Cristo lo había dicho bien claro: «En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y san Pablo lo sabía por experiencia. De ahí su confianza desbordante y su gozo en medio de las pruebas y tribulaciones (2 Cor 7,4). «Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5,4).

«Estoy convencido…» No se trata de una opinión, sino de una certeza absoluta. La certeza de estar afianzados en un amor más fuerte que el mal, más fuerte que la muerte. Un amor que nos precede y nos acompaña, que nunca nos abandona, que nos conduce con su sabiduría y su poder infinitos. No queda lugar para la duda o para el temor, no tienen razón de ser la cobardía ni el desaliento. «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (Sal 23,4). «Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla, si me declaran la guerra me siento tranquilo» (Sal 27,3). «Sólo en Dios descansa mi alma…, sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar, no vacilaré (Sal 62,2-3).

Dadles vosotros de comer
Mt 14,13-21

También a nosotros nos dice hoy Jesús: «Dadles vosotros de comer». Con cinco panes y dos peces dio de comer a la multitud. Pero ¿qué hubiera ocurrido si los discípulos se hubieran guardado los cinco panes y los dos peces? Probablemente, Jesús no hubiera hecho el milagro y la multitud se hubiera quedado sin comer.

Lo mismo que a los discípulos, ni a ti ni a mí nos pide Jesús que solucionemos todos los problemas ni que hagamos milagros. Los milagros los hace Él. Pero sí nos pide una cosa: que pongamos a su disposición todo lo que tenemos; poco o mucho, da igual, pero que sea todo lo que tienes. Ante el hambre de pan material y el hambre de la verdad de Cristo que tanta gente padece, ¿vas a negarle a Cristo tus cinco panes y tus dos peces?

Si los discípulos no hubieran entregado a Jesús lo poco que tenían alegando que lo necesitaban para ellos, varios miles se hubieran quedado sin comer y, sobre todo, se hubieran quedado sin conocer el poder de Cristo realizando tal milagro. Si tú le niegas tus panes y tus peces, eres responsable de que Cristo hoy no siga alimentando a la gente y de que muchos no le conozcan al no darle la posibilidad de hacer milagros multiplicando tus pocos panes y peces.

Manuel Garrido Bonaño

Año Litúrgico Patrístico
Semana X-XVIII del Tiempo Ordinario. , Vol. 5, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001

La multiplicación de los panes y peces (lectura evangélica) ha sugerido el texto de Isaías 55,1-3, en el que el Señor invita a comer y a beber gratis. En la segunda lectura San Pablo corona su exposición con un himno al amor de Dios.
La liturgia de la palabra es hoy una proclamación de la condición vivificante de Cristo y una meditación profunda sobre la grandeza de cuantos, por la fe, hemos conocido el gran acontecimiento de la Eucaristía. Por lo mismo, es un día de gratitud y de responsabilidad, de amor intenso y de fidelidad amorosa al Padre que así nos ha amado en su Hijo unigénito.
–Isaías 55, 1-3: Daos prisa y comed. La idea de convite de comunión con Dios y de llamamiento divino a participar en él aparece en los vaticinios mesiánicos como un reclamo amoroso de Dios invitándonos a la salvación. En todos los dones que nos ofrece ese texto de Isaías se subraya la «gratuidad». A tal gratuidad de amor y de benevolencia se contrapone la desidia del hombre, que pretende busca en sí mismo su felicidad. San Jerónimo dice:
«Había dicho que todo vaso falso había de ser machacado contra la Iglesia, y toda voz y lengua que se armara contra la lengua de Dios había de ser superada. Provoca a los creyentes a venir al río de Dios, lleno de aguas, y cuyo ímpetu alegra la ciudad de Dios, para que beban en las fuentes del Salvador. Dice a la Samaritana: «si conocieras el don de Dios…, te habría dado agua viva» (Jn 4,10). Y en el templo: «si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba… » (Jn 7,37-38), significando al Espíritu Santo… De ella se dice con palabra mística: «mi alma tiene sed de Dios» (Sal 41,2), y en otro lugar: «me han abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, para cavarse aljibes agrietados» (Jer, 2,13). Estas aguas las esparcen las nubes, por las que llega la verdad de Dios (Is 45,8)» (Comentario al profeta Isaías).
–En el Salmo 144 prosigue el tema de la lectura: «Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores… Todos aguardan a que Él nos dé la comida a su tiempo… Él abre la mano y sacia de favores a todos viviente… está cerca de los que lo invocan sinceramente». Alabamos a Dios, digno de toda alabanza por su infinita grandeza, por la sublimidad maravillosa de sus obras. Pero, sobre todo, por su inmensa bondad, por su misericordia y generosidad, ya que todos los dones que tenemos lo debemos a Él.
–Romanos 8, 35.37-39: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo. Frente al mundo increyente o anticristiano que dramáticamente pretende arrancar al creyente del amor de Dios garantizado por Cristo, el mismo Cristo es quien nos mantiene en el amor del Padre y nos vivifica. Comenta San Agustín:
«Por la paciencia fueron coronados los mártires: Deseaban lo que no veían y despreciaban los sufrimientos. Fundados en esta esperanza decían: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?»… (Rom 8,23 s.). ¿Dónde está el por quién? Porque por Ti vamos a la muerte cada día. Por Ti. ¿Y dónde está?: «Dichosos los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29). Mira dónde está: En ti, pues en ti está tu misma fe. ¿O nos engaña el Apóstol que dice que «Cristo habita por la fe en nuestros corazones»? (Ef 3,17). Ahora habita por la fe, luego por la visión; por la fe mientras estamos en camino, mientras dura nuestro peregrinar… Todo lo que aquí buscamos, todo lo que aquí tenemos por grande, todo eso será para ti… Estando en posesión de la caridad y nutriéndola en nosotros, perseveremos con confianza en Dios, con su ayuda, y digamos hasta que Él se apiade y lo lleve a la perfección: ¿Quién nos separará del amor de Cristo…? (Sermón 158,8-9).
La garantía del cristiano es el amor inquebrantable y gratuito de Dios, no la propia voluntad de corresponder a Él, aunque sea muy decidida y comprometida. Toda la teología de la gracia de modo incisivo y entusiasta está contenida en esa lectura paulina, corta, pero densa y luminosa.
–Mateo 14, 13-21: Comieron hasta quedar satisfechos. Si Jesucristo, Dios-Hombre entre los hombres, tenía poderes divinos para dar vida a los cuerpos, mucho más para dar vida a las almas. Comenta este evangelio San Jerónimo:
«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir hacia allí nuestra mirada. Tomó en sus manos los cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San Jerónimo:
«Por eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado no alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos. Cada uno de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para tener luego que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos que los panes multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de explicar cómo en un desierto, en una soledad tan vasta donde no se encuentran sino cinco panes y dos pececitos, tan fácilmente se hallan doce canastos» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,19-20.
Jesús «rompe» la ley, y los misterios que contiene escondidos en su interior son ahora revelados. Es lo que quiere decir San Jerónimo y lo mismo dice San Agustín (La ciudad de Dios 4,33 y 16,26,2).